(Editorial La Nación) El fútbol es bello. Basta con ver jugar a Bélgica o a Francia para experimentar el goce de su estética. También debe ser formativo. Si no fomenta la honradez y la perseverancia, entre otras virtudes, pierde valor. Los niños tienen derecho al ejemplo de Franz Beckenbauer o Johan Cruyff. El fútbol no debe ser Diego Armando Maradona, su apología de la treta, la “mano de Dios” o sus gesticulaciones desde el palco oficial en Rusia.
El fútbol tampoco puede ser dominio de una afición vengativa y convenenciera, tan dispuesta al elogio exorbitado como a la agresión y el insulto. La Selección Nacional reúne lo mejor del país en el balompié. Siempre hay espacio para debatir si un jugador debió ser convocado o si otro no está en las mejores condiciones. Los planteamientos del técnico son especialmente discutibles y el comentario posterior es parte de la diversión, pero nada justifica expresiones de odio y amenazas como las de los últimos días.
«Las dos derrotas en Rusia no son causa de vergüenza, pero sí las amenazas recibidas por el técnico Óscar Ramírez y sus familiares».
La Selección Nacional merece agradecimiento por la exitosa campaña de clasificación y el empeño puesto en las canchas rusas. Deseábamos otros resultados, pero iguales aspiraciones tenían los rivales y, en esta oportunidad, corrieron con mejor suerte o mayor arte. Brasil es uno de los favoritos para ganar la copa y Suiza llegó al Campeonato Mundial como sexto en la clasificación de la Federación Internacional. La mejor oportunidad de un triunfo era el juego contra Serbia, pero perdimos por la mínima diferencia. En cambio, empatamos con los suizos y eso tiene mérito.
Los jóvenes seleccionados tienen todo derecho a volver a su tierra con la frente en alto, si bien no a una celebración como la de hace cuatro años, sí a una digna bienvenida. Recibirlos con insultos, como los proferidos contra Johan Venegas en el aeropuerto Juan Santamaría mientras sostenía a su hijo en brazos, es la peor de todas las derrotas para un país comprometido con la paz y la solidaridad.
Si el fútbol no sirve para afianzar esos valores, entre otros tan caros para nuestra nacionalidad, su práctica se reduce a un despliegue de esfuerzo físico, vacío de cualquier valor formativo y, desafortunadamente, en nuestro caso, destinado a muchos sinsabores, si no sabemos reconocer los motivos de alegría. No somos una potencia mundial y hay muchas, algunas de ellas ausentes de las llaves de clasificación de este y de cualquier otro campeonato imaginable.
Las dos derrotas en Rusia no son causa de vergüenza, pero sí las amenazas recibidas por el técnico Óscar Ramírez y sus familiares. Las redes sociales, casi siempre presentes en estas tragedias contemporáneas, azuzan odios inconcebibles en un país que se precia de pacífico al punto de haber renunciado a tener fuerzas armadas. En Costa Rica, donde la educación figura entre los más altos valores, la formación cívica muestra fracasos tan evidentes como el irracional fanatismo de quienes descargan sus frustraciones en hombros de la Selección Nacional.
Ojalá la noticia se haya difundido poco y las actuaciones de un grupo reducido de ignorantes no haya manchado la imagen de un país con tantos motivos de justificado orgullo. Las virtudes de Costa Rica, reconocidas en todo el mundo, se oponen diametralmente a la ruindad desplegada por los fanáticos ignorantes.
Ojalá en el próximo Mundial exhibamos, dentro y fuera de la cancha, el gozo de un país unido por el deporte, solidario en la derrota y comedido en la hora de la victoria, pero, sobre todo, comprometido con la honradez, la convivencia pacífica y la educación, de las cuales la práctica del fútbol debe ser una expresión.